sábado, 14 de noviembre de 2009

La libertad del hombre

Situándonos en un plano determinista preguntémonos: Si todo obedece las inmutables leyes de la naturaleza, ¿entonces el ser humano no tiene voluntad propia y simplemente cumple un programa fijo?
En la búsqueda de respuestas, consulté información concerniente a como las distintas ramas de la ciencias conciben nuestros procesos mentales.

A nivel psicológico descubrimos que psicólogos y especialistas siempre han comparado nuestro cerebro con un ordenador donde se procesa gran cantidad de información y se efectúan miles de operaciones simultáneas, superando espectacularmente al ordenador más potente del mundo. Nos podríamos sentir orgullosos de ello. Sin embargo, a pesar de que no existe ningún ordenador que nos supere en número de operaciones mentales, nuestro funcionamiento intelectual comete errores, distorsiones o decisiones aparentemente caprichosas que un ordenador nunca haría. Algunos de estos errores de nuestros cerebros serían los prejuicios raciales o los estereotipos, por ejemplo. Así, cuando analizamos la información que recibimos a través de nuestros sentidos, nos dejamos llevar muy a menudo por nuestras creencias, expectativas o prejuicios.
A nivel biológico, a pesar de que el hombre ha conseguido grandes logros en los campos de la ciencia, la técnica, etc., sobrevaloramos el grado de participación del pensamiento consciente en la vida cotidiana. Está comprobado que gran parte de nuestro comportamiento aprendido queda fijado permanentemente. En los inicios del proceso, aprender algo nuevo nos resulta difícil, pero luego no tenemos que emplear gran esfuerzo para llevarlo a cabo. Por ejemplo, la mayoría de los adultos caminan, nadan, se atan los zapatos o escriben palabras sin ninguna dificultad. También hay que tener en cuenta que nuestras mejores ideas se nos ocurren cuando no somos conscientes de ello, mientras estamos pensando o haciendo algo que no tiene ninguna importancia. Así pues, de esto se desprende que somos bastante automáticos en nuestros actos; y el automatismo es lo contrario de la libertad, de la originalidad.
Esto nos llevará a nuestra primera gran conclusión: el análisis causal de la realidad efectuado por nuestros cerebros conscientes es lo suficientemente parcializado como para no tomarlo en cuenta.

Vayamos al plano de la física. Estamos hechos de los mismos elementos que cualquier objeto y que estamos sometidos también a las mismas interacciones elementales. En base a esto, el físico y matemático Pierre Simon, Marqués de Laplace, postuló que todo está determinado a nivel físico y, por tanto, toda libertad es ilusoria. Sin embargo, este razonamiento no tiene en cuenta el descubrimiento unos años más tarde del matemático Henri Poincaré respecto al “problema de los tres cuerpos”. Si se produce la imbricación de varios determinismos, el resultado de su acción a largo plazo es imprevisible. Esto es lo que en física se conoce como fenómenos caóticos, es decir, aquellos cuyo desarrollo depende estrechamente de las condiciones iniciales; como la precisión del conocimiento de estas condiciones de partida es limitada, la previsión a largo plazo tiene también un límite. Pero, esta imprevisibilidad está estrechamente ligada a los límites computables de los métodos poco refinados del cálculo, de forma que no solucionan el problema del determinismo laplaciano.
Con la llegada de la mecánica cuántica el asunto ha tomado nuevos aires. Los defensores de la libertad humana entienden que a nivel microscópico las partículas no se rigen por leyes que podamos medir. Ahí está el Principio de Indeterminación de Heisenberg. Incluso hay científicos un tanto fantasiosos, quizá, que postulan que nosotros somos cuerpos grandes, al igual que planetas, y por tanto se podrían predecir nuestros movimientos futuros con un ordenador suficientemente potente, pero nuestro pensamiento es nuestra acción, y nuestro cerebro no opera a nivel macroscópico sino a nivel cuántico.
Roger Penrose, el célebre físico-matemático norteamericano, famoso por su tesis doctoral junto a Stephen Hawking sobre la existencia de los agujeros negros y la imposibilidad de la existencia de los agujeros de gusano en la teoría de la relatividad general, sostiene una teoría algo alentadora para los defensores del libre albedrío. Él defiende que la conciencia humana es no computacional, a diferencia de otros procesos humanos. Esto se hace posible gracias a que, según Penrose, nuestro cerebro opera a nivel cuántico, donde el principio de indeterminación de Heisenberg proporciona la una borrosidad intrínseca en la materia, que permite zafar del fantasma del determinismo. Por supuesto, no todos los físicos creen que esta borrosidad sea intrínseca a la materia, sino que podría ser debida a los límites en la capacidad sensorial propios de nuestra naturaleza. Penrose explica que este fenómeno se lleva a cabo en unas pequeñas estructuras neuronales, los microtúbulos, que actúan como el centro de nuestra conciencia.
Como físicos, aunque esto tal vez no sea más que nuestros prejuicios newtonianos de formación, pugnamos por entender la conciencia como una propiedad de la materia, porque el cerebro está constituido por ello precisamente. La vida no sería así más que una propiedad de la materia. Maxwell dijo: “si la aguja de una brújula pensara, diría que apunta hacia el norte por que es su voluntad”, y todo lo que progresivamente vamos descubriendo sobre el funcionamiento del universo nos lleva a pensar que nosotros obramos del mismo modo.

Así, la no computabilidad de la mecánica cuántica, o simplemente nuestra incapacidad de entender la mente humana en términos lógicos o físicos, es decir, nuestra incomprensión de las leyes fundamentales de la física, es donde radica nuestra llave a la libertad, tal vez limitada por nuestra naturaleza material, pero por lo menos unos grados de libertad no estarían tan mal…"como un meñique en la mano de dios".

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